Jesús, el otro mesías

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domingo, 27 de agosto de 2023

Los apóstoles - capítulo IX (décima entrega del libro).


Jesús, el otro mesías

Capítulo IX – Los apóstoles

«Indudablemente para lograr la eficacia de un objetivo determinado se hace necesario el concurso de diferentes elementos con funciones definidas y enfocados a la realización del mismo». Tan sencillo como trazar un plan, un metódico plan… Algo que el ser humano gracias a su inteligencia ha sabido hacer desde sus más elementales orígenes, restándole importancia a las consecuencias de sus actos, utilizando todas las herramientas posibles (poder, maldad, mentira, traición, manipulación, etcétera), haciendo a un lado cualquier consideración para con sus semejantes y pisoteando —si fuera necesario— los derechos materiales y espirituales de todo aquel que se ponga en su camino.

        En este escenario el objetivo primordial: perpetuar un régimen religioso para tener el control social. La gran idea: El mesías el hijo de Dios. El método: una doctrina religiosa paliativa al miedo y capaz de vulnerar cualquier resistencia intelectual. La estructura: un inmenso grupo de personas haciendo una tarea y convencidos de ella. —Tras de todo eso el establecimiento religioso—.   

«Parte importante de ese plan: los apóstoles».

    Los evangelios hablan de doce miembros, aunque algunos escritos mencionan cifras diferentes, incluso se hace referencia (no en las narraciones apostólicas) a María Magdalena como parte del grupo. Ellos estaban allí conformando el sistema y comprometidos con el gran líder ofreciéndole su lealtad y respaldo.

       Al igual que Jesús todos debieron abandonar sus aspiraciones personales, sus familias, sus lazos afectivos, su tiempo. Quizás algunos creían en lo que estaban haciendo; otros, verían en esta campaña la posibilidad de una revolución, y posiblemente unos pocos tendrían ambiciones económicas. ¡Espléndido gabinete de trabajo!, conformado por gente del pueblo. «Mágica adaptación que descartaba prejuicios y suspicacias». Tal vez hasta el mismo Jesús ignoraba hasta dónde llegaría la lealtad de esos hombres y cuáles eran sus deseos —pero los necesitaba—.

   Irónicamente, los creadores del fantástico proyecto, quienes en algún momento consideraron importante y necesaria su presencia dentro de la misión, luego les señalaron como a vulgares e ignorantes laicos.

     La mayoría de ellos (los apóstoles de Jesús) tenía profundos conocimientos sobre las escrituras hebreas, además, a pesar de sus humildes oficios, algunos heredaron sangre gentil de la Galilea (un siglo atrás).

     Tal vez las versiones apostólicas presenten la adhesión de los discípulos como un acto espontáneo y romántico en torno al mesías, pero la realidad es que muchas de las cosas que sucedían dependían de sus poderosos mecenas o estaban influenciadas por ellos. Aparentemente todos sus discípulos le siguieron de manera voluntaria (no cualquiera tenía ese privilegio); quizás no fue así, muchos se acercaron al maestro de forma premeditada. Quizá, varios de ellos, ni siquiera entendían por qué estaban con él y mucho menos el que harían parte de una poderosa campaña de adoctrinamiento. «Una cosa era lo que pensaba el mesías y otra lo que buscaban sus antiguos tutores».

      Así quedó conformado un eficaz y casi mágico equipo de trabajo, un búnker moral, una institución intangible pero poderosa de cuyo único responsable sería el joven nazareno —aun cuando las más poderosas influencias pudieran venir de todos lados—. Sin embargo, la permanencia de estos hombres con Jesús precipitó en ellos un cambio y poco a poco fueron abandonando su compromiso con el estamento religioso para integrarse íntimamente al pequeño grupo que ahora conformaban.

     Aunque no vamos a estudiar la vida de cada uno de los apóstoles, hemos de destacar algunas de sus características personales:

El primer elegido fue Andrés, alguien mayor que Jesús y que todos los demás. Era un hombre íntegro, sensato, leal, con liderazgo. Asumió de manera espontánea la responsabilidad de dirigir al grupo (con el respaldo del maestro). Se mantuvo siempre dentro del círculo privilegiado. Él fue quien acercó a su hermano Simón hacia Jesús.

         Simón Pedro era un hombre variable y sentimental, de carácter muy fuerte, laborioso y comprometido pero inestable; sin embargo, se convirtió en uno de los más útiles y cercanos compañeros del nazareno.

        Santiago Zebedeo, quien se unió al prestigioso grupo con su hermano Juan (el menor de todos), fue pieza clave en la maquinaria apostólica. Inteligente, vehemente y gran orador, acompañó activamente la campaña del mesías logrando captar la atención de sus compañeros y de los seguidores de la nueva doctrina. Además, fue él quien más motivó a Juan para seguir adelante. ―Juan se mostraba inseguro y le fueron encomendadas tareas para estar siempre cerca de la familia del maestro, con quienes logró establecer una estrecha relación, al punto que se le ha denominado a Juan como «el discípulo que Jesús amaba»—. Irónicamente se le describe como a un hombre frío, vanidoso y temerario, atribuyéndosele necias actitudes.

     Conformaban también el grupo: Felipe el curioso, confiado, abstraído, no muy entusiasta. El honesto Natael, hombre muy instruido y soñador, pero débil de carácter. Mateo Leví, entregado por completo a la causa. Hábil en los negocios, con experiencia en el recaudo de impuestos, eficaz en su trabajo. Tomás el dídimo, incrédulo, escéptico, analítico, comprometido con la seguridad del grupo y con la eficiencia de sus actividades; adorador vehemente del maestro. Los gemelos Jacobo y Judas Alfeo, hombres humildes e ingenuos, sumisos colaboradores. Simón el Zelote, vigoroso, seguro y agitador. Admirable ejemplo de un hombre que por medio de la fe pudo transformar su pensamiento judío-nacionalista y materialista hacia el camino de la espiritualidad. Por último, Judas Iscariote, hijo de saduceos de la región de Judea. Hombre muy instruido, hábil en el manejo de los asuntos económicos. Creyente pero inseguro, moralmente inestable. Siempre estuvo inconforme por la actitud pacífica de Jesús ante la imposición del imperio romano, parecía aceptar la revolución violenta.

      Indudablemente el nazareno contaba con un gran equipo de colaboradores. ¡Vaya tarea para un líder!, la de orientar en una misma dirección a tan exquisito grupo de personas que en esencia representaban distintas corrientes de pensamiento. Todos ellos traían consigo sus pasiones, sus temores, sus sueños y ambiciones. Ofrendaban a él sus lealtades y voluntad esperando diferentes recompensas.

         Lo cierto es que, el gran designio, inicialmente proyectado para satisfacer el hambre de poder del aparato político y religioso comenzaba a deformarse, y que en el seno de esa pequeña asociación entre Jesús y sus apóstoles se incubaba un extraordinario cambio.

«La antigua idea del mesías parecía tomar otro rumbo...»


Jesús, el otro mesías /Autoreseditores


 

1 comentario:

  1. Qué interesante forma de tratar el tema: hombres de carne y hueso.

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