Capítulo VI – Sus enemigos.
Mientras Jesús continuaba con su prédica por muchas
regiones de la Palestina, sus detractores comenzaron a considerarlo como un
verdadero peligro. «Podría pensarse que los romanos serían sus principales enemigos,
pero irónicamente quienes más le temían eran los judíos ortodoxos». Los mismos
que habían tejido la gran maraña desde muchos siglos atrás en busca de
un líder (o títere) a quien ellos pudiesen moldear y dirigir para continuar con
su aplastante poder religioso.
El mesías no era entonces aquel que pretendía la santa ilusión —inicialmente concebida. El hombre a quien en frenética creación se le concedió la gracia divina —por facultad de los hombres— no representaba fielmente la doctrina del judaísmo tal y como la idealizaban las escrituras. No seguía al pie de la letra los mandatos de los patriarcas y profetas. El mesías era un revolucionario que orientaba el pensamiento y la fe de sus creyentes hacia la liberación del espíritu y hacia un Dios diferente al que debería adorar el pueblo hebreo.
Jamás un solo hombre había causado tanto miedo entre los estamentos político, social y religioso. Las clases media y alta, representadas por fariseos y saduceos, se sentían amenazadas. El radical poder judío ortodoxo temía un quebrantamiento en la fe de su pueblo. Los revolucionarios (los zelotas) veían en ese hombre la figura de un líder (un caudillo), pero creían en la necesidad de orientarlo para tal fin y apoyarlo con acciones violentas. Y, por último, los verdaderos dueños del poder político (los romanos) sugestionados por la clase religiosa, veían en el predicador el origen de una verdadera y peligrosa oposición al régimen.
Jesús actuaba solo. Él no promovía los ordenamientos establecidos por el Sanedrín y el judaísmo antiguo. Él se manifestaba en desacuerdo con las precarias condiciones sociales de su pueblo, con el sometimiento y esclavitud, con la inequidad y la injusticia. Pero además estaba convencido de que su orientación espiritual mejoraría no solo la calidad de vida de sus seguidores, sino que ellos se liberarían —así— del yugo que llevaron durante siglos y al que parecían estar destinados.
¿Cómo imaginar que un solo hombre pudiese hacer tal revolución?, si para su
difícil tarea apenas contaba con el apoyo de algunos de sus seguidores (hoy
conocidos como sus apóstoles) y el de su familia.
Alguien
extraño para algunos y desleal para aquellos que quisieron manipularlo hacia el
liderazgo en contra de los desfavorecidos. Ni siquiera los esenios, de quienes
tanto aprendió, y quienes en su filosofía cultivaban la humildad, la libertad,
el desapego a las cosas materiales, la vida sin ambiciones, el amor a Dios y a
los semejantes, podían aceptar la insolente independencia del iniciado Jesús
de Nazaret. Ahora mucho menos iban a hacerlo los oligarcas y los poderosos.
-Los fariseos eran una gran mayoría dentro de la comunidad judía, tanto que tomaron el control del judaísmo oficial. Lejos del judaísmo ortodoxo, ellos rechazaban la estricta disciplina espiritual de estos, concediéndose algunas libertades y exhibiendo un falso sentido de humanidad. Además, hacían parte activa dentro del régimen romano y del lustroso Sanedrín. Su casta era privilegiada social y económicamente.
-Los saduceos, contrapuestos a los fariseos por causas políticas y religiosas, conformaban un selecto grupo. Constituían la clase alta de la sociedad, ostentaban poder económico y tenían participación e influencia en algunas decisiones gubernamentales. Irónicamente ellos mismos se consideraban justos a pesar de su vida mundana y de su ambición por las riquezas.
-Los zelotas (o zelotes) conformaban un pequeño núcleo judío que surgió del nacionalismo radical como rechazo al imperio romano y a las actuaciones sucias y erradas de religiosos y privilegiados grupos sociales; lo que los llevó a convertirse en revolucionarios violentos. Sus acciones bélicas y desestabilizadoras eran orientadas contra saduceos, fariseos y líderes imperiales. Vivían en la clandestinidad.
-Los esenios (ascetas): piadosos militantes de una secta religiosa judía aislada de la sociedad. Hacían gala de su gran humanidad, de su fe en Dios y de una estricta disciplina. Su mística los alejaba totalmente de participar en las decisiones fundamentales de la gran comunidad.
-El Sanedrín, como la
más importante institución de poder entre los judíos, estaba conformado por
rabinos, saduceos, fariseos y zelotas (en mínima proporción de estos últimos). Ostentaban
supremacía económica, política, religiosa y judicial, lo que los convertía en
un implacable monstruo. Sin embargo, su jurisdicción estaba limitada ante el
imperio y algunas de sus decisiones necesitaban de la aprobación del mismo.
Tomando una idea de los diferentes grupos influyentes que conformaban la
sociedad palestina en la época de Jesús, y haciendo referencia a que la otra
gran mayoría la conformaban esclavos y plebeyos (así denominados por los
romanos), no es difícil imaginar la situación de inequidad e injusticia
reinante y la inefable necesidad —para los abusados— de un gran cambio, de una
revolución.
¡Pero Jesús, el hijo de José (el carpintero descendiente del rey David y de
Abraham) y de María (la mujer santa de casta sacerdotal) no cumplió con las
expectativas! No lideró movimiento alguno en contra del poder romano —a quien
el pueblo atribuía todo su sufrimiento— ni ofreció caminos tangibles hacia el
bienestar y la libertad. Tampoco cumplió con el guion concertado por quienes
crearon la irreal y mágica ilusión de un líder judío que pudiera mantener con demagogia
y mentiras la estabilidad espiritual de una comunidad ávida de libertad y de
posesión. «Y no fue precisamente por incapacidad o ausencia de instrucción que
este hombre no hizo lo suyo (lo que ellos querían); simplemente Jesús, el
mesías, ahora parecía ir en una dirección distinta a los pensamientos de sus
mentores».