Jesús, el otro mesías

Jesús, el otro mesías

domingo, 25 de junio de 2023

El sermón de la montaña - capítulo V (sexta entrega del libro).

 

Jesús, el otro mesías

Capítulo V - El sermón de la montaña.

Dentro del admirable trabajo de predicación que realizó Jesús en la Palestina, hemos de destacar que el Sermón de la Montaña fue uno de sus más trascendentales actos públicos. Demostrado por la historia y por la comunidad cristiana se constituye en el esplendor de sus enseñanzas dejando en él profundas y perdurables huellas de amor y sabiduría. A través de parábolas, metáforas, sentencias y sencillas e inteligibles frases, exteriorizó la esencia de su mensaje en pos de aquellos más ávidos de su contemplación. Sus palabras y su actitud humilde y bondadosa captaron (por aquel entonces y aún hoy) la atención de muchas almas. —La gente creía y cree en el mesías—.

    Él ofreció así la bienaventuranza de Dios a los pobres en el espíritu, a los mansos (o indefensos), a todos aquellos que lloraban y tenían hambre y sed de justicia. A los misericordiosos, a los puros de corazón, a los pacificadores y a quienes fueran perseguidos por las leyes humanas. Pero además garantizó la adhesión de sus adeptos resaltando el valor y los méritos de aquellos que creyeron en su palabra. —¿Quiénes podrían ser ellos si no la gran mayoría del pueblo desprotegido y sometido ante la crueldad de los poderosos?—.

    ¡Ayer y hoy! Siempre será igual. Existirán opresores y mansos corderos que arrastren las cadenas de la codicia y la maldad que otros imponen. Y por supuesto así sucedía la vida en la Palestina a manos del imperio romano y del poder religioso. El pueblo padecía el infierno del abandono y del abuso. Entonces: ¿Cómo no acogerse a la prédica de Jesús que ofrecía un espacio de libertad, de justicia, y una oportunidad de salvación en el reino de Dios?

    «La historia ha demostrado la increíble capacidad de adaptación y de superación que poseemos los seres vivos, en especial los humanos. Hemos vencido los obstáculos y las situaciones más difíciles de supervivencia y convivencia gracias a la voluntad fundamentada en la fe y en la esperanza». Eso fue primordialmente lo que Jesús ofreció a sus seguidores: fe y esperanza. Ese era el camino hacia Dios para encontrar en él la paz y la tranquilidad.

            No es un secreto que cualquier persona motivada y fortalecida en la fe puede realizar o soportar actos y situaciones extraordinarios que para otros serían imposibles. Arropados con la fe toleramos hambre, frío, castigo, dolor, soledad, injusticia… La fe en Dios es aún más fuerte. «La fuerza del amor es superior ante cualquiera otra manifestación».

    Jesús —hecho verbo— logró acercarse íntimamente a sus seguidores. Estableciendo estrechos vínculos con ellos, solidarizándose ante sus necesidades y su dolor. Y no solo les ofreció soluciones también les cautivó reviviendo sentimientos de autoestima que enriquecieron las almas de quienes se sentían perdidos y despreciados por las circunstancias.

    «Cuando el mesías dijo a su pueblo: “Ustedes son la sal de la tierra”, los convirtió en el elemento más importante de su doctrina concediéndoles un lugar especial dentro de una soñada revolución y creó un ambiente de motivación y de compromiso para aquellos que querían alcanzar el tan anhelado “reino de los cielos”»

    En esta ocasión sí se manifestó en contra de las leyes de Moisés rechazando —ante todo— la violencia. «No olvidemos las fuertes expresiones que se reflejan en los libros del antiguo testamento con relación al discurso de Moisés para con la comunidad judía». Por ejemplo: el concepto de ojo por ojo, diente por diente, que podría interpretarse como una invitación a la venganza. Jesús enseñó todo lo contrario, él invocó al amor hacia los semejantes, hacia la naturaleza, e incluso —tal vez como objetivo principal— amor al enemigo. «Todo se condensa en una sabia metáfora que refiere que si alguien te golpea en la mejilla no respondas con violencia, y, a cambio, le ofrezcas la otra».

¿No es acaso este un gran abismo entre su doctrina y la del establecimiento religioso?

    Pero Jesús no solo condenó la violencia, también se manifestó en contra del materialismo, de la explotación al hombre por el hombre, de las conductas falsas e injustas, de los vanos rituales, de las costumbres simbólicas sin sentido y ausentes de una sana esencia —muchas de esas cosas que promovía el judaísmo—.

    No olvidemos que el patriarca Moisés, además de los diez mandamientos que impuso al pueblo hebreo durante el éxodo, adoctrinó a sus seguidores exigiéndoles el cumplimiento de un gran paquete de leyes (603 contenidas en el levítico, antiguo testamento) con lo cual Jesús no estaba de acuerdo. «El nunca atacó de forma directa esas leyes, ni invitó a la desobediencia, pero en su prédica restó importancia a las mismas anteponiendo el gran valor de las leyes divinas».

    Habló de la ira y de las acciones que de ella se generan: destacando que no solo se debería rechazar el acto de matar, sino también el odio, las actividades violentas y los malos pensamientos. Exhortando siempre al amor, al perdón, a la comprensión y a la indulgencia.

    Referente al adulterio, Jesús señaló que el pecado no era solo de la mujer (como queriendo defenderla), él argumentaba que eran tan adúlteros él como ella con solo desearse, pues los malos pensamientos son tan graves como las malas acciones.

    Se refirió a la gravedad del que jura para mentir respaldándose en la pureza de Dios o en la fe, en la tierra, en la madre o en los hijos, etcétera. Señalando que al hacerlo estaría traicionando su propia consciencia, menospreciando a Dios, a sus seres amados, y dilapidando la fe de aquellos a quienes engaña.

    En su extraordinaria prédica, Jesús habló del amor que Dios ofrece a todos: sin distinción de clases y sin condiciones, incluso perdonando malos pensamientos y acciones. Enseñó que la vida se debe edificar sobre las bases sólidas de la verdad, la bondad y la fe, y que solo así podrían los hombres acercarse al padre creador. Además, compartió con sus seguidores lo que podría llamarse la piedra angular del cristianismo: la oración del padre nuestro (la que aún hoy muchos de nosotros recitamos con gran devoción). Enseñó también la gran regla de oro a través de estas palabras: «pedid y se os dará, buscad y hallarás, llamad y se os abrirá». Fabulosas sugestiones que refrescaban —como dulce bálsamo— las almas que ardían en el dolor y en la desesperación.

    El sermón de la montaña no solo fue un discurso de reflexiones y buenos consejos para sus receptores, Jesús también increpó a todos e hizo un llamado a la cordura, a la sensatez y la honestidad. Criticó duramente el falso altruismo de aquellos que pretendían lucirse socialmente dando limosnas a los pobres. A quienes utilizando la oración adornada de falsas ceremonias y lenguajes sórdidos y repetitivos pretendían aparentar santidad. A los que hipócritamente decían seguirlo y entender su palabra cuando en realidad estaban muy distantes de comprenderlo y de aceptar la verdad.

    Pidió fortaleza a sus seguidores —mucha fortaleza y fe en Dios— señalando que no siempre se debería tomar el camino fácil, que el más difícil es el mejor y el más satisfactorio. Que nadie debería afanarse por atesorar riquezas, porque la única y verdadera riqueza habita en el corazón y que lo material dista de la paz del alma y de la bondad del espíritu.

    Explicó que los errores (o pecados) del afán y de la ansiedad por conseguir y poseer, no son más que una desorientación y un alejamiento de la verdadera felicidad. Que Dios todo nos lo provee, al igual que al ave, al lirio, a las fieras, a los árboles, al río. «Con la fe todo nos llega, él todo nos lo da; en su reino está lo que necesitamos. —Bastaría con creer y ser recíprocos prodigando amor—».

    Por último, Jesús invitó a los creyentes a mostrarse dignos y valerosos ante la adversidad y el sufrimiento. A conocerse a sí mismos y a no juzgar o culpar a los demás por su desgracia. A no sobrevalorar a quienes no lo merecen: «No des lo santo a los perros ni eches perlas a los cerdos». Y a evitar a los hipócritas y mentirosos: «Por sus frutos y acciones los conoceréis». ―El árbol bueno siempre dará frutos buenos, el malo frutos malos―.