Jesús, el otro mesías
Capítulo IX – Los apóstoles
«Indudablemente para lograr la eficacia de un objetivo determinado se hace necesario el concurso de diferentes elementos con funciones definidas y enfocados a la realización del mismo». Tan sencillo como trazar un plan, un metódico plan… Algo que el ser humano gracias a su inteligencia ha sabido hacer desde sus más elementales orígenes, restándole importancia a las consecuencias de sus actos, utilizando todas las herramientas posibles (poder, maldad, mentira, traición, manipulación, etcétera), haciendo a un lado cualquier consideración para con sus semejantes y pisoteando —si fuera necesario— los derechos materiales y espirituales de todo aquel que se ponga en su camino.
En este escenario el objetivo primordial: perpetuar un régimen religioso para tener el control social. La gran idea: El mesías el hijo de Dios. El método: una doctrina religiosa paliativa al miedo y capaz de vulnerar cualquier resistencia intelectual. La estructura: un inmenso grupo de personas haciendo una tarea y convencidos de ella. —Tras de todo eso el establecimiento religioso—.«Parte importante de ese plan: los apóstoles».
Los evangelios hablan de doce miembros, aunque algunos escritos
mencionan cifras diferentes, incluso se hace referencia (no en las narraciones
apostólicas) a María Magdalena como parte del grupo. Ellos estaban allí conformando
el sistema y comprometidos con el gran líder ofreciéndole su lealtad y
respaldo.
Al igual que Jesús todos debieron
abandonar sus aspiraciones personales, sus familias, sus lazos afectivos, su
tiempo. Quizás algunos creían en lo que estaban haciendo; otros, verían en esta
campaña la posibilidad de una revolución, y posiblemente unos pocos tendrían
ambiciones económicas. ¡Espléndido gabinete de trabajo!, conformado por
gente del pueblo. «Mágica adaptación que descartaba prejuicios y suspicacias».
Tal vez hasta el mismo Jesús ignoraba hasta dónde llegaría la lealtad de esos
hombres y cuáles eran sus deseos —pero los necesitaba—.
Irónicamente, los
creadores del fantástico proyecto, quienes en algún momento consideraron
importante y necesaria su presencia dentro de la misión, luego les señalaron como a vulgares e
ignorantes laicos.
La mayoría de ellos (los apóstoles
de Jesús) tenía profundos conocimientos sobre las escrituras hebreas, además, a
pesar de sus humildes oficios, algunos heredaron sangre gentil de la Galilea (un
siglo atrás).
Tal vez las versiones apostólicas
presenten la adhesión de los discípulos como un acto espontáneo y romántico en
torno al mesías, pero la realidad es que muchas de las cosas que sucedían
dependían de sus poderosos mecenas o estaban influenciadas por ellos.
Aparentemente todos sus discípulos le siguieron de manera voluntaria (no
cualquiera tenía ese privilegio); quizás no fue así, muchos se acercaron al
maestro de forma premeditada. Quizá, varios de ellos, ni siquiera entendían por
qué estaban con él y mucho menos el que harían parte de una poderosa campaña de
adoctrinamiento. «Una cosa era lo que pensaba el mesías y otra lo que buscaban
sus antiguos tutores».
Aunque no vamos a estudiar la vida de cada uno de los apóstoles, hemos
de destacar algunas de sus características personales:
El primer elegido fue
Andrés, alguien mayor que Jesús y que todos los demás. Era un hombre
íntegro, sensato, leal, con liderazgo. Asumió de manera espontánea la
responsabilidad de dirigir al grupo (con el respaldo del maestro). Se mantuvo siempre
dentro del círculo privilegiado. Él fue quien acercó a su hermano Simón hacia
Jesús.
Simón Pedro era un hombre
variable y sentimental, de carácter muy fuerte, laborioso y comprometido pero
inestable; sin embargo, se convirtió en uno de los más útiles y cercanos
compañeros del nazareno.
Santiago Zebedeo, quien se unió al
prestigioso grupo con su hermano Juan (el menor de todos), fue pieza clave en
la maquinaria apostólica. Inteligente, vehemente y gran orador, acompañó
activamente la campaña del mesías logrando captar la atención de sus compañeros
y de los seguidores de la nueva doctrina. Además, fue él quien más motivó a Juan
para seguir adelante. ―Juan se mostraba inseguro y le fueron encomendadas tareas
para estar siempre cerca de la familia del maestro, con quienes logró
establecer una estrecha relación, al punto que se le ha denominado a Juan como
«el discípulo que Jesús amaba»—. Irónicamente se le describe como a un hombre
frío, vanidoso y temerario, atribuyéndosele necias actitudes.
Conformaban también el grupo: Felipe
el curioso, confiado, abstraído, no muy entusiasta. El honesto Natael,
hombre muy instruido y soñador, pero débil de carácter. Mateo Leví,
entregado por completo a la causa. Hábil en los negocios, con experiencia en el
recaudo de impuestos, eficaz en su trabajo. Tomás el dídimo, incrédulo,
escéptico, analítico, comprometido con la seguridad del grupo y con la
eficiencia de sus actividades; adorador vehemente del maestro. Los gemelos Jacobo
y Judas Alfeo, hombres humildes e ingenuos, sumisos colaboradores. Simón
el Zelote, vigoroso, seguro y agitador. Admirable ejemplo de un hombre que por
medio de la fe pudo transformar su pensamiento judío-nacionalista y
materialista hacia el camino de la espiritualidad. Por último, Judas
Iscariote, hijo de saduceos de la región de Judea. Hombre muy instruido,
hábil en el manejo de los asuntos económicos. Creyente pero inseguro,
moralmente inestable. Siempre estuvo inconforme por la actitud pacífica de
Jesús ante la imposición del imperio romano, parecía aceptar la revolución violenta.
Indudablemente el nazareno contaba con un gran equipo de colaboradores. ¡Vaya tarea para un líder!, la de orientar en una misma dirección a tan exquisito grupo de personas que en esencia representaban distintas corrientes de pensamiento. Todos ellos traían consigo sus pasiones, sus temores, sus sueños y ambiciones. Ofrendaban a él sus lealtades y voluntad esperando diferentes recompensas.
Lo cierto es que, el gran designio, inicialmente proyectado para satisfacer el hambre de poder del aparato político y religioso comenzaba a deformarse, y que en el seno de esa pequeña asociación entre Jesús y sus apóstoles se incubaba un extraordinario cambio.«La antigua idea del mesías parecía tomar otro
rumbo...»