Jesús, el otro mesías

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miércoles, 9 de agosto de 2023

¿Milagros? - capítulo VIII (novena entrega del libro).

Jesús, el otro mesías

Capítulo VIII - ¿Milagros?

En la época en la que vivió Jesús en Palestina las creencias mitológicas estaban aún muy arraigadas. Creían, por ejemplo, que por encima de la tierra (en el cielo) estaban los dioses y los ángeles, y que sobre ellos estaba Yahvé. Que bajo la tierra estaban los demonios y que allí era a donde descendían los muertos. A los malos espíritus se les atribuían las enfermedades, las plagas, la locura, el hambre, los terremotos, las guerras. Sin embargo el pueblo hebreo siempre mantuvo su fe en la palabra de los profetas y conservó latente la esperanza en la venida del salvador (y con él la libertad).

     En referencia al tema de la salud, durante siglos fueron víctimas de su ignorancia y de sus convicciones. No conocían lo que era un hospital o un manicomio (no existían), por consiguiente, ellos mismos en sus hogares cuidaban a los enfermos limitándose a resguardarlos, alimentarlos y a esperar el paso del tiempo.

     Ceguera, sordera, mudez, parálisis, trastornos psicológicos y psíquicos, etcétera, en muchos casos fueron transitorios y desaparecieron espontáneamente. Algunos hombres (oportunistas) se atribuyeron la facultad de curar a las personas con métodos anticuados y burdos que aprendieron de sus antepasados: por medio de ritos, conjuros, oraciones, masajes, golpes, baños, terapias de inciensos y otras prácticas, lograban crear fuertes emociones en las personas afectadas y generar una respuesta en algunos casos positiva. La salud dependía entonces de esos oportunistas, de curanderos y magos, quienes a medida que acumulaban éxitos (aparentes) ganaban credibilidad y fama sobre todo entre incautos, menesterosos, ignorantes y vagos.

     Las creencias eran radicales y poderosas, no solo en la Palestina, también en Siria, en la región del Jordán, en Grecia y en Egipto. Se consideró dioses a muchos hombres que se destacaban por sus aptitudes y talentos, por su hermosura, por su fortaleza física o su intelecto. Se les concedió divinidad y se les atribuyó poderes sobrehumanos para el bien y el mal. «Entre ellos encajaba perfectamente Jesús de Nazaret que gracias a su vida misteriosa, su trascendente oratoria y sus actos ganó cada vez más popularidad conquistando la confianza de sus siervos».

     A él, además de las profecías, le rodeaban enigmáticas leyendas relacionadas con tratados helenísticos, con la teoría herética, con la magia y el clan de los Goes (magos griegos existentes desde seis siglos atrás). ¡Cómo no creer en él! Imposible dudar de una imagen tan fuerte y especial cimentada en la fe y consolidada a través de continuos episodios orientados a mostrar su divinidad. Rodeada de influyentes y constantes manifestaciones, cobijada —tímidamente— por algunos poderosos. Enmarcada dentro del contexto de la necesidad humana y salpicada de misterio. «Pero además representada por un hombre muy especial». Definitivamente sus palabras y sus acciones trascendían más allá de lo imaginable.

     Su activa influencia se vio reflejada en la inmensa cantidad de seguidores que conquistó con su prédica. «Él nació y fue proclamado para ser el mesías, y a su manera lo fue». Nadie como él tan dispuesto para entregar amor, sacrificar su tiempo y dedicar su vida en pro de los demás. «Su único fin: ayudar a cada ser humano para acercarse a Dios y a su propia verdad, orientar el pensamiento en dirección a la justicia y al equilibrio existencial, incentivar a cada uno a ser feliz».

     Muchos eventos que sucedieron en torno a Jesús, y otros protagonizados por él, favorecieron potencialmente su imagen divina: ¡el mesías hacía milagros! Curaciones, exorcismos, resucitaciones, sanaciones y transformaciones físicas, se constituyeron en las pruebas tangibles de su poder divino; las mismas que proclamaban con ansias sus seguidores e incluso quienes no creían en él. La fe y la sugestión pueden ser corrientes de infinita magnitud, pero aunque aparentemente darían solidez a su imagen y destino a sus sanas ambiciones, infortunadamente alejarían de alguna manera a muchas almas del sentido espiritual que él siempre pretendió.

     Importaba más entonces lo que él podía hacer que el amor que sentía y quería transmitir. La gente quería milagros no enseñanzas. Y entonces a los actos de fe y de amor, a la grandeza de la vida, al pensamiento positivo y la energía del universo, se sumaron las necesidades y el deseo de los ávidos creyentes. ¡Y se manifestaron los milagros! —Quizás algunos trucos también se hicieron presentes en esos escenarios—.

     En las bodas de Caná, después de que se agotara el vino, se atribuyó a Jesús el milagro de llenar muchas vasijas con el dulce elíxir para satisfacer a los presentes. «Alguna version literaria introduce dentro de este contexto la intervención de María, su madre, como uno de los  elementos activos en la idealización de ese gran acontecimiento ya que ella siempre estuvo a su lado en el proceso de legitimación del mesías». Y entonces Jesús pidió que llenaran las vasijas con agua y el agua se hizo vino, y todos pudieron beber (quizás embriagarse) en nombre del redentor. «Tal vez “alguien" pudo haber llenado las vasijas con el vino; o quizás (como lo plantean algunos otros autores) al agregar agua al mosto asentado en los recipientes se produjo el mismo. Incluso, no podríamos descartar que la historia que nos transporta a ese acontecimiento no es más que la ficción de quienes estuviesen interesados en hacernos creer en el milagro».

     Más eventos similares se registraron, en los cuales cabría la posibilidad de la intervención humana y no divina, como aquel ―que mencionan los evangelios― en el que Jesús multiplicó los peces y los panes para dar de comer a una multitud hambrienta, la misma que le seguía y aclamaba, la misma que necesitaba mantener viva la esperanza en su mesías. «Nada podría ser mejor que calmar su hambre y saciar su sed».

     O aquel otro, cuando Jesús aumentó la cantidad de peces en el mar para proveer las redes de los pescadores hambrientos y desmoralizados por la mala temporada. «No es difícil entender que la densidad de especies en el agua depende de factores climáticos, físico-químicos, mecánicos, etcétera; y que en una zona determinada puede haber ausencia o abundancia circunstancialmente. Grandes cardúmenes de peces pueden marcar la diferencia en sus desplazamientos durante la época reproductiva o ante la escasez de alimento. «En fin, la cuestión es que dependiendo de la manera en la que se miren algunos fenómenos naturales y de acuerdo a las necesidades y creencias, pueden darse explicaciones simples a los mismos o idealizarlos como eventos extraordinarios (milagros)».

     Jesús resucitó personas, curó ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y otros enfermos. «Cabe anotar que no solo él lo hizo, muchas personas antes que él también lo hicieron y hoy en día algunas pueden hacerlo». Hipnosis, sugestión, magnetismo, terapias basadas en aromas y música, psicología, conjuros, etcétera.

     Hemos de tener en cuenta que muchas de las patologías que afectan a los seres humanos pueden desaparecer espontáneamente, que algunas otras lo hacen ante determinados estímulos físicos y psicológicos. Pero que si aún hoy se desconocen las causas y la evolución de algunas de ellas, en aquellos días el grado de ignorancia era mayor (catalepsia, epilepsia, esquizofrenia, etcétera), pero sobre todo que el poder de la fe es irreemplazable.

     «Tampoco habríamos de descartar la presencia del engaño en determinados eventos (como en el caso de los paralíticos que caminan, mudos que hablan, ciegos que ven…)». Y aunque la intención de Jesús no fuese la de engañar a nadie, el camino para conquistar las almas de los necesitados estaba marcado por unos parámetros dentro de los cuales intervenían otras personas que seguramente sí podrían justificar dichas acciones. —Al fin y al cabo a Jesús lo que le importaba era transmitir su mensaje de amor; pero en su rol de predicador, sin otro recurso que conseguir la atención de las personas sin desligarse totalmente de su prediseñada imagen de mesías, se le complicaba actuar con total independencia.

     Por otra parte, Jesús también curó a mucha gente poseída por el demonio, algo muy similar a los procedimientos que hoy se realizan y que incluyen exorcismos y rituales religiosos. Estados mentales que la ciencia hoy conoce mejor y para los que ofrece tratamientos efectivos, y en los que (en algunos casos) se logran curaciones espontaneas tras una adecuada intervención y estimulación a la psiquis humana. «Durante su viaje por la India, Nepal y el Tibet, Jesús aprendió mucho sobre exorcismos y desarrolló un gran talento para enfrentar los casos más difíciles relacionados con trastornos mentales».

     Se destaca entonces la importancia de un Jesús inteligente, lleno de sabiduría, bondadoso, paciente y pletórico de amor, que ofrecía el bien por doquiera que fuere. Un hombre predestinado para servir a los demás dentro de un programa planeado con intenciones políticas y religiosas pero que en su evolución sufrió una metamorfosis orientada únicamente hacia el amor convirtiéndose en un ser cada vez más especial.

Entonces ¿por qué no habríamos de considerar sus acciones como milagros?


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