Capítulo VIII - ¿Milagros?
En la época en la que vivió Jesús en Palestina las creencias mitológicas estaban aún muy arraigadas. Creían, por ejemplo, que por encima de la tierra (en el cielo) estaban los dioses y los ángeles, y que sobre ellos estaba Yahvé. Que bajo la tierra estaban los demonios y que allí era a donde descendían los muertos. A los malos espíritus se les atribuían las enfermedades, las plagas, la locura, el hambre, los terremotos, las guerras. Sin embargo el pueblo hebreo siempre mantuvo su fe en la palabra de los profetas y conservó latente la esperanza en la venida del salvador (y con él la libertad).
En
referencia al tema de la salud, durante siglos fueron víctimas de su ignorancia
y de sus convicciones. No conocían lo que era un hospital o un manicomio (no
existían), por consiguiente, ellos mismos en sus hogares cuidaban a los
enfermos limitándose a resguardarlos, alimentarlos y a esperar el paso del
tiempo.
Ceguera, sordera,
mudez, parálisis, trastornos psicológicos y psíquicos, etcétera, en muchos
casos fueron transitorios y desaparecieron espontáneamente. Algunos hombres
(oportunistas) se atribuyeron la facultad de curar a las personas con métodos
anticuados y burdos que aprendieron de sus antepasados: por medio de ritos,
conjuros, oraciones, masajes, golpes, baños, terapias de inciensos y otras
prácticas, lograban crear fuertes emociones en las personas afectadas y generar
una respuesta en algunos casos positiva. La salud dependía entonces de esos
oportunistas, de curanderos y magos, quienes a medida que acumulaban éxitos
(aparentes) ganaban credibilidad y fama sobre todo entre incautos,
menesterosos, ignorantes y vagos.
Las
creencias eran radicales y poderosas, no solo en la Palestina, también en
Siria, en la región del Jordán, en Grecia y en Egipto. Se consideró dioses a
muchos hombres que se destacaban por sus aptitudes y talentos, por su
hermosura, por su fortaleza física o su intelecto. Se les concedió divinidad y
se les atribuyó poderes sobrehumanos para el bien y el mal. «Entre ellos
encajaba perfectamente Jesús de Nazaret que gracias a su vida misteriosa, su
trascendente oratoria y sus actos ganó cada vez más popularidad conquistando la
confianza de sus siervos».
A él, además de
las profecías, le rodeaban enigmáticas leyendas relacionadas con tratados
helenísticos, con la teoría herética, con la magia y el clan de los Goes (magos
griegos existentes desde seis siglos atrás). ¡Cómo no creer en él! Imposible
dudar de una imagen tan fuerte y especial cimentada en la fe y consolidada a
través de continuos episodios orientados a mostrar su divinidad. Rodeada de
influyentes y constantes manifestaciones, cobijada —tímidamente— por algunos
poderosos. Enmarcada dentro del contexto de la necesidad humana y salpicada de
misterio. «Pero además representada por un hombre muy especial». Definitivamente
sus palabras y sus acciones trascendían más allá de lo imaginable.
Su activa
influencia se vio reflejada en la inmensa cantidad de seguidores que conquistó
con su prédica. «Él nació y fue proclamado para ser el mesías, y a su manera
lo fue». Nadie como él tan dispuesto para entregar amor, sacrificar su
tiempo y dedicar su vida en pro de los demás. «Su único fin: ayudar a cada ser
humano para acercarse a Dios y a su propia verdad, orientar el pensamiento en
dirección a la justicia y al equilibrio existencial, incentivar a cada uno a
ser feliz».
Muchos eventos que sucedieron en torno a Jesús, y otros protagonizados por él, favorecieron potencialmente su imagen divina: ¡el mesías hacía milagros! Curaciones, exorcismos, resucitaciones, sanaciones y transformaciones físicas, se constituyeron en las pruebas tangibles de su poder divino; las mismas que proclamaban con ansias sus seguidores e incluso quienes no creían en él. La fe y la sugestión pueden ser corrientes de infinita magnitud, pero aunque aparentemente darían solidez a su imagen y destino a sus sanas ambiciones, infortunadamente alejarían de alguna manera a muchas almas del sentido espiritual que él siempre pretendió.
Importaba más
entonces lo que él podía hacer que el amor que sentía y quería transmitir. La
gente quería milagros no enseñanzas. Y entonces a los actos de fe y de amor, a
la grandeza de la vida, al pensamiento positivo y la energía del universo, se
sumaron las necesidades y el deseo de los ávidos creyentes. ¡Y se
manifestaron los milagros! —Quizás algunos trucos también se hicieron
presentes en esos escenarios—.
O aquel otro, cuando Jesús aumentó la cantidad de peces en el mar para proveer las redes de los pescadores hambrientos y desmoralizados por la mala temporada. «No es difícil entender que la densidad de especies en el agua depende de factores climáticos, físico-químicos, mecánicos, etcétera; y que en una zona determinada puede haber ausencia o abundancia circunstancialmente. Grandes cardúmenes de peces pueden marcar la diferencia en sus desplazamientos durante la época reproductiva o ante la escasez de alimento. «En fin, la cuestión es que dependiendo de la manera en la que se miren algunos fenómenos naturales y de acuerdo a las necesidades y creencias, pueden darse explicaciones simples a los mismos o idealizarlos como eventos extraordinarios (milagros)».
Jesús resucitó personas, curó ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y otros enfermos. «Cabe anotar que no solo él lo hizo, muchas personas antes que él también lo hicieron y hoy en día algunas pueden hacerlo». Hipnosis, sugestión, magnetismo, terapias basadas en aromas y música, psicología, conjuros, etcétera.
Hemos de tener en cuenta que muchas de las patologías que afectan a los seres humanos pueden desaparecer espontáneamente, que algunas otras lo hacen ante determinados estímulos físicos y psicológicos. Pero que si aún hoy se desconocen las causas y la evolución de algunas de ellas, en aquellos días el grado de ignorancia era mayor (catalepsia, epilepsia, esquizofrenia, etcétera), pero sobre todo que el poder de la fe es irreemplazable. «Tampoco habríamos
de descartar la presencia del engaño en determinados eventos (como en el caso
de los paralíticos que caminan, mudos que hablan, ciegos que ven…)». Y aunque
la intención de Jesús no fuese la de engañar a nadie, el camino para conquistar
las almas de los necesitados estaba marcado por unos parámetros dentro de los
cuales intervenían otras personas que seguramente sí podrían justificar dichas
acciones. —Al fin y al cabo a Jesús lo que le importaba era transmitir su
mensaje de amor; pero en su rol de predicador, sin otro recurso que conseguir
la atención de las personas sin desligarse totalmente de su prediseñada imagen
de mesías, se le complicaba actuar con total independencia.
Por
otra parte, Jesús también curó a mucha gente poseída por el demonio,
algo muy similar a los procedimientos que hoy se realizan y que incluyen
exorcismos y rituales religiosos. Estados mentales que la ciencia hoy conoce
mejor y para los que ofrece tratamientos efectivos, y en los que (en algunos
casos) se logran curaciones espontaneas tras una adecuada intervención y
estimulación a la psiquis humana. «Durante su viaje por la India, Nepal y el
Tibet, Jesús aprendió mucho sobre exorcismos y desarrolló un gran talento para
enfrentar los casos más difíciles relacionados con trastornos mentales».
Se
destaca entonces la importancia de un Jesús inteligente, lleno de sabiduría,
bondadoso, paciente y pletórico de amor, que ofrecía el bien por doquiera que
fuere. Un hombre predestinado para servir a los demás dentro de un programa
planeado con intenciones políticas y religiosas pero que en su evolución sufrió
una metamorfosis orientada únicamente hacia el amor convirtiéndose en un ser
cada vez más especial.
Entonces ¿por
qué no habríamos de considerar sus acciones como milagros?
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