Jesús, el otro mesías

Jesús, el otro mesías

lunes, 6 de noviembre de 2023

Sembrando en campo fértil- capítulo X (decimoprimera entrega del libro).

 

Jesús, el otro mesías

Capítulo X – Sembrando en campo fértil

Iniciada la agresiva y constante acción de profetización y adoctrinamiento por parte de Jesús y sus discípulos, podría catalogarse esta como un acto de rebeldía ante el judaísmo. Ellos eran un pequeño grupo llevando un mensaje diferente al que impartía la doctrina judía antigua y utilizaban métodos diferentes. La clave de todo estaba en que no hacían exigencias, solo bastaba seguirlos y escuchar su palabra. No demandaban aportes económicos, no obligaban a participar en rituales ni juzgaban a quien no se interesase en ellos. —Por lo menos así sería en los tiempos del maestro—.

Por supuesto, y como ya lo mencionábamos en un capítulo anterior, las personas más necesitadas de amor, protección, comprensión y perdón, eran quienes se acogían a ellos. Jesús mostraba una perspectiva diferente: más real, más convincente, más accesible. «La fe sana las heridas del cuerpo y del alma. Las buenas intenciones siempre crean un ambiente positivo. La ausencia de rigor favorece la empatía y aumenta la credibilidad». De ahí que su acción dinamizada a partir de un grupo tan reducido, el mismo que para entonces pareciera una minúscula secta judía, ganara tantos adeptos en poco tiempo sin contar con una logística especial ni favorecerse de recursos económicos que pudiesen ser utilizados como dádivas o incentivos; además, en total ausencia de ordenamientos que obligasen a participar en él (como sí sucediera dentro del judaísmo).

«Podríamos hacer una semejanza con otra situación, como cuando alguien (persona o institución) con muchos conocimientos sobre medicina inicia una campaña por pueblos y veredas ofreciendo soluciones a los problemas de salud y les provee de los medicamentos que necesitan. Todas esas personas que por diferentes circunstancias no tienen acceso a un servicio médico van a hacerse presentes, van a escuchar y a creer. Manifestarán gratitud y le promoverán positivamente.

—¡Jesús ofrecía lo que ellos necesitaban!»

Su trabajo se esparció por gran parte de la Palestina, primordialmente en Judea y Galilea. Sus discípulos paulatinamente adquirieron experiencia y pericia para difundir la palabra, para llegar a las personas y despertar en ellas interés y credibilidad. —¡Cómo no aprender de semejante maestro!—.

Sin duda las intenciones de Jesús no fueron otras que ofrecer a su rebaño un camino hacia la reconciliación con ellos mismos y orientarlos hacia la fe y el reconocimiento del gran espíritu de Dios. En el camino de su metamorfosis moral y doctrinaria él descubrió y pudo entender que las personas siempre fueron engañadas y manipuladas en sus creencias, entonces quiso cambiarlo. «El nazareno no se involucró con lo establecido, fue indiferente a cualquier compromiso y ejerció su labor sin ánimo de lucro ni ningún otro interés, convirtiéndose en el fracaso y la decepción de quienes invirtieron en él».

Entre tanto los romanos fueron permisivos con las dos doctrinas filosóficas y religiosas reinantes: el helenismo y el judaísmo. Del helenismo, que era la religión republicana oficial de la Roma, se preocupaba más (como doctrina política) por las virtudes civiles regidas por funcionarios. No obligaba a la creencia, pero sí al acatamiento, y los lineamientos variaban con los cambios políticos. En cuanto al judaísmo, conocía sus pretensiones de conservar su poder por medio de la espiritualidad, y, la manera inteligente en la que respetaba las políticas y ordenamientos imperiales. «Entonces ¿por qué habría de preocuparles una pequeña secta judía que solo aglomeraba vagabundos y pobres para proveerlos de un bálsamo espiritual?». Tal vez al César le convenía que existiese ese espacio para el vulgo, quizás eso los mantendría en calma y conformes. —Seguramente esa era una buena razón por la que los romanos concedían libertad al pueblo subyugado para que creyeran y participaran de una religión diferente a la suya—.

Esa flexibilidad romana, quizás influenciada por los griegos, facilitó un poco las cosas a los ciudadanos más vulnerables y desubicados, acercándolos al pensamiento individual (íntimo) y ofreciéndoles la oportunidad de elegir una alternativa diferente a la corriente grupal.

Tal vez con esto, y sin quererlo, el imperio causó un gran daño a su aliado político (el judaísmo) abriendo una enorme frontera que aprovecharían Jesús y sus discípulos. «Aún después del enraizamiento de la gran doctrina monoteísta la oferta de cultos y creencias religiosas fue abundante, pero muchas de ellas evolucionaron lentamente para dejar de ser doctrinas grupales y convertirse en caminos de elección personal. —Ahí estaba presente Jesús de Nazaret ofreciendo el sendero más cercano y sencillo hacia Dios».

La relación entre judíos y romanos fue muy sólida, sobre todo con la diáspora (un grupo especial ante la gran comunidad), siempre contaron con el apoyo del procurador Pilatos y del emperador. Ellos financiaron la terminación del templo de Jerusalén y la construcción de sinagogas por toda la Palestina. Les hicieron concesiones especiales liberándolos del culto al honor imperial a cambio de sacrificios en su nombre. Les permitieron a muchos ser ciudadanos romanos y tener derechos de asociación (celebrar servicios religiosos, actividades sociales y recreativas).

Quizás teniendo en cuenta todos estos factores, Jesús sabiamente esbozó en su doctrina una inmensa libertad y el acercamiento a un Dios generoso, pero no negó ninguno de los principios religiosos judíos; los mantuvo, los flexibilizó y los transformó.

La improvisada doctrina de Jesús creció sobre una base dualista reconociendo y promulgando el bien y el mal al mismo tiempo (en contrapunto). Él encontró en su intelecto y en su experiencia la respuesta a muchas dudas y consiguió ampliar el panorama religioso de manera excepcional para bien de sus seguidores descubriendo ante ellos la maravilla de las buenas intenciones de Dios. Expresándose en un idioma inteligible y decretando la necesidad de mantener eterno este pensamiento sin que importasen las diferencias físicas, étnicas, etarias; ni los factores culturales, morales, psicológicos. Logró conducir el pensamiento hacia una necesidad de fe apremiante e inmediata, pero cuya manifestación permaneciera latente toda la vida. Relacionar al hombre y a Dios a nivel colectivo y al mismo tiempo individual. Y logró una rara combinación entre la moral, las normas estrictas y la generosidad de Dios.

Su doctrina se alimentó de elementos existentes y necesarios extraídos de una (la reinante) y muchas otras doctrinas, pero la aderezó con su pensamiento y virtudes personales. Sugería bases sólidas, pero con capacidad de transformarse y adaptarse según la necesidad. Pasaba del radicalismo a las salvedades. Combinaba legalismo con antinomianismo (contradicción) sin una posición radical, en cambio, sí traslativa desde el rigor y la militancia hacia la aquiescencia (sacrificio voluntario) y el sufrimiento. ¡Jesús se mostró único y original! Él ofreció una inmensa y emocionante versión religiosa sin discriminación. Su doctrina no estuvo regida por un código, fue un campo abierto pletórico de matices que indicaban un horizonte.

Él debió mantener vivos los preceptos enquistados durante muchos siglos en las almas del pueblo judío, su negación o rechazo hubieran provocado una hecatombe. Pero lo que sí podía hacer —y así lo hizo— fue modificarlos de alguna manera en conveniencia de sus fieles. Su prioridad fue desligar la ley del templo, él aceptó las leyes del hombre, pero les restó importancia ante las leyes divinas, quizás por esa razón en sus prédicas entregó un discurso ambiguo al respecto.

La Judea de la época fue difícil para el imperio, allí y en Galilea la agitación social era constante en contra del poder político —mas no del religioso. En muchas ocasiones las festividades de pascua estuvieron marcadas por el abuso del procurador Pilatos quien militarizó y controló las peregrinaciones.

Por otra parte, no hay que olvidar que una parte del pueblo judío percibió la traición en el movimiento doctrinario de Jesús. Algunos lo ignoraron, unos tantos lo despreciaron y otros lo señalaron como un peligro. «Él parecía querer cambiar la religión del vasto mundo judío, algo que no solo era religión sino también forma de vida, entrega total». Y aunque conservó latentes sus bases, la asaltó con una propuesta única y revolucionaria ofreciendo otro camino hacia Dios, desvirtuándola de alguna manera y atribuyéndose —implícitamente— la jerarquía de la nueva invitación.

Por ejemplo, los saduceos fueron muy distantes a Jesús, ellos nunca creyeron en otra vida después de la muerte ni mucho menos en la equidad y la justicia ajenas a las leyes de los hombres (entre otras tantas diferencias). De los esenios, de quienes adquirió gran parte de sus conocimientos y los conservó, no recibió su beneplácito porque ellos en su egoísmo siempre mantuvieron un círculo cerrado lleno de prejuicios. A los fariseos Jesús les propuso transigir sus leyes y desligarlas de las creencias religiosas (algo aparentemente imposible) razón por la cual le despreciaron. Por lo tanto. los potenciales seguidores de Jesús seguían siendo los descarriados y desprotegidos, los parias, los pobres, los perseguidos y desadaptados.

El acontecimiento trascendental y populista de su entrada a Jerusalén el domingo de ramos, en donde fuera reconocido, aceptado y seguido por muchos, y desde donde se incubarían más temores y odios por parte de las autoridades y de sus detractores, quedó marcado en la historia. «Hay quienes en medio de su radicalismo señalan al nazareno como a un verdadero revolucionario de lo político, de lo social y de lo económico. —Eso es un falso y dañino concepto—».

El plan estuvo trazado, la idea profética se cumplió y el mesías —el hijo de Dios— se involucró entre los hombres (infortunadamente para el estamento judío no de la manera en la que originalmente se concibió su acción). Ahora el mesías auténtico de los judíos se había transformado en un rebelde, en un peligroso agitador que puso en peligro la estabilidad del poder. Un solo hombre orientado a esparcir la semilla de un nuevo movimiento en campos ya germinados, florecidos y cosechados desde siglos atrás, cuando el patriarca Abraham lo había logrado de manera exitosa perdurando sin dificultad —aún hasta nuestros días.

«El mesías, pilar principal de la estrategia inicial judía para perpetuar su doctrina y establecer nuevas reglas de control, no funcionó como ellos lo querían. Debería ser sacado del juego. Bastaría sacrificarlo (primitiva acción de supervivencia)».

Pero ellos jamás imaginaron que las más fértiles semillas ya se estaban esparciendo. —¡Cómo no extenderse! si aún sin florecer ofrecían buenos frutos (milagros, curaciones, conver- siones, tranquilidad, regocijo en la fe)—. Y el grupo se hizo cada vez más grande. A Jesús y los doce apóstoles (quienes pudieron ser más, pero al parecer el número dejaba un mensaje subliminal en creyentes y no creyentes, porque se relacionaba con las doce tribus de Israel) se sumaban sus familias y otros nuevos creyentes; todos aferrados a la gran esperanza, la misma que aun tomando caminos diferentes prevaleció y prevalece.

El trabajo de Jesús estuvo realizado: adoctrinó y posicionó a sus herederos de causa; causa orientada únicamente al bien (por lo menos por parte de su espontáneo creador), pero que quizás más adelante pudiera tomar otras direcciones. Jesús nunca se empeñó en crear una estructura religiosa o filosófica y seguramente no soñó con que sus enseñanzas se convirtieran en alguna de ellas. Él se limitó a llevar un mensaje de amor en pos de quienes quisieran aceptarlo. Su revolución fue íntima, espontánea, sin planes ni proyecciones. Preparó a los apóstoles para que ellos a través de la palabra continuasen la labor de acercar a los hombres hacia Dios. «Sin embargo, él sabía que su prédica y su legado traerían unas consecuencias, las mismas que lo llevarían por el camino para concluir su misterioso ciclo de vida espiritual».

¡Nada más podría esperarle si no la muerte! Pero si fuese así de simple tal vez sus enseñanzas morirían con él y su labor habría sido en vano. Entonces quienes abrieron a él su corazón olvidarían ese inmenso tesoro que él les entregó y quizás volverían al opaco camino del conformismo y del sufrimiento perdiendo por completo la esperanza.

«¡Vaya forma de sellar esa bendita transformación!  Clásico proceso de un iniciado de la hermética que involucra lo físico, lo moral y lo espiritual». —Indudablemente con la muerte se logra un gran impacto que explora la fantasía y la divinidad—. Además, Jesús reconoció la importancia de satisfacer la necesidad de su muerte tal y como lo planteaban las profecías mesiánicas que la registraban como parte de una segunda alianza entre Dios y los hombres para salvarles del pecado».

Habría de ser tan poco común como lo fue su nacimiento, como lo fueron su infancia y desconocida juventud; y se recordaría por toda la eternidad como sucediera con Osiris (en Egipto), o Tammuz (en la Mesopotamia asiática), o Baal (en la mitología cananea), y otros tantos espíritus de la antigüedad que lograron perpetuarse enalteciendo su historia con algo tan impactante como la resurrección. Pero el hombre no puede volver de la muerte, la muerte es única y trascendente. Por lo tanto, la de este ser humano inmenso y único dentro de un fulgurante ambiente de inquietud y de fe, debería ser creíble pero figurativa para dar cabida a la resurrección; lo que a su vez reafirmaría el poder de Dios ante los hombres. —Rara aventura que llevaría a la perpetuidad una inteligente y hermosa forma de ver la vida y de entender a Dios. «Se incubaba entonces de manera compleja el cristianismo, a partir de una pequeña revolución espiritual y de un futuro y trascendental episodio».




 

 






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