Jesús, el otro mesías

Jesús, el otro mesías

miércoles, 22 de noviembre de 2023

El nazareno irrita a los romanos- capítulo XI (decimosegunda entrega del libro).



«El pequeño movimiento que Jesús promovía comenzaba a tomar vida; sus fieles aumentaban considerablemente». La corriente de esperanza y libertad se expandía por Galilea, Judea, el Jordán, Samaria y Fenicia. Unos daban fe a las profecías y veían a Jesús como al heredero del rey David, otros lo veían como a la semilla de una revolución armada. Algunos pocos entendían su mensaje y absortos en el amor le seguían, muchos daban credibilidad a los rumores sobre la llegada de su salvador.

Ante la inminente fuerza de lo que antes pareciera una pequeña secta, las autoridades romanas comprendieron que deberían actuar para controlar la situación. «Los pequeños grupos de desadaptados que aclamaban a Jesús por toda la Palestina podrían convertirse en una gran masa revolucionaria si tuviesen una orientación adecuada». —Así lo argumentaba insistentemente el Sanedrín ante el procurador Pilatos y sus colaboradores. Además, «el traidor» no actuaba solo, él era el líder de una insubordinación que pretendía derrocar al César para autoproclamarse rey de los judíos. ¡Vaya que si eran fuertes las acusaciones! Blasfemia contra la ley de Moisés, traición e insubordinación contra el emperador.

Aunque no existían pruebas tangibles para apresarlo junto con sus secuaces, los escandalosos rumores y el acoso perverso de los rabinos fueron elementos suficientes para alertar a los romanos. Poncio Pilatos, quien era un gran cobarde y un gobernante servil, se dejó influenciar por Caifás (líder del Sanedrín) y Anás (rabino influyente), y temiendo una respuesta socio-política negativa encomendó —extraoficialmente— a un grupo encabezado por rabinos y secundado por fariseos, saduceos y militares romanos para la captura e incriminación del infractor. Bastaría con enjuiciar a su líder —Tal vez resonaban en sus oídos las sugestiones de Caifás cuando decía que era preferible el sacrificio de un solo hombre a la destrucción de toda una nación.

Jesús era un hombre pacífico e inofensivo pero tal vez sus seguidores se opondrían de forma violenta a que él fuera capturado, por esta razón decidieron buscar las condiciones propicias para apresarlo. Acercarse a su grupo íntimo no sería difícil, las lealtades de sus colaboradores no se reflejaban con la causa, más bien representaban una alternativa de vida con sus propias ambiciones.

Fue así como aparentemente Caifás logró cautivar a Judas Iscarioti —uno de los apóstoles preferidos— para que le entregara a su maestro a cambio de una recompensa económica. «La historia canónica nos muestra una traición por dinero y hace alusión a treinta monedas de plata como pago, cantidad considerable, pero que no justificaría el hecho para alguien que conocía la fortuna y que amaba a quien fuera su amigo y su maestro». Se hace más fuerte y creíble —como móvil— la inconformidad de Judas con Jesús por no actuar como un verdadero líder revolucionario; por su mansedumbre y conformismo ante el abuso de las autoridades romanas. Por desperdiciar la oportunidad y el apoyo que todos le ofrecían. «Como también todo pudo ser parte de un pacto, un desquiciado pacto. A lo mejor Judas tuviese otras razones...».

Concertada la traición, Judas Iscarioti entregó a Jesús ante los mercenarios opresores. La escena se desarrolló en Getsemaní, en el huerto de los olivos, un hermoso paraje ubicado en el valle de Cedrón que aparentemente les ofrecía (a Jesús y a sus discípulos) seguridad y en el que el mesías acostumbraba a orar en soledad. Y entonces Judas dio las coordenadas a los hombres armados y los instruyó sobre el momento propicio para su captura; y para asegurarse de que no cometieran ningún error marcó oportunamente el objetivo acercándose a él y besándolo en la mejilla. —Es así como nos lo narra la versión apostólica victimizando a Jesús ante la traición de su apóstol—.

¿Por qué no considerar que ese momento pudo ser planeado por Jesús? Con la ayuda de María (su madre), María Magdalena, Judas Iscarioti, un miembro del Sanedrín (José de Arimatea) y otras personas. Tal vez como una atrevida forma de someterse a la autoridad para que fuera procesado sin aceptar ninguna culpabilidad por el quebrantamiento de las leyes romanas; dejando enclavada en las almas de sus seguidores su humilde imagen mortal dispuesta para el sacrificio en virtud del acercamiento a Dios; abonando la semilla del amor —raíz de su doctrina— y rodeándola de misterio incluso ante la gran mayoría de sus amigos y colaboradores. Que todo fue parte de un místico proceso nacido de su iniciación y profesión al “Hermetismo" (o Hermética), el cual estaba destinado a finalizar con su muerte física y posterior resurrección. «No olvidemos que en las narraciones evangélicas se hace alusión clara y precisa sobre el previo conocimiento del maestro de que uno de sus más cercanos colaboradores (Judas) le traicionaría y que otro de ellos (Pedro) le negaría». —La negación de Pedro solo demostraría el frágil compromiso por parte de algunos de ellos, y Jesús lo sabía, razón por la cual mantuvo algunas reservas ante el grupo, pero también daría a entender que el nazareno enfrentaría solo su responsabilidad.

Ese y otros acontecimientos cruciales se ilustran en la narración sobre la última cena, que no fue otra cosa que una de sus acostumbradas reuniones en grupo en las que compartían el pan y el vino, y el maestro les platicaba como amigo y líder. Destacándose de esta —tal vez por ficción de los autores en los evangelios— que esa noche, la noche en la que cenaron juntos por última vez, sucedieron eventos inolvidables e importantes: como el hecho de que el maestro en un gesto inigualable de humildad lavó los pies de todos ellos. Que cual si fuera su padre despidiéndose les habló insistentemente invitándolos a amarse y a perdonarse los unos a los otros como él los amó. Que hizo alusión a una complicada y simbólica metáfora de la cual posteriormente se originaría la teoría política medieval de las dos espadas (casi ignorada) relacionada a los poderes religioso y político, cuyo mensaje es puramente humano y ajeno a lo espiritual.

Esas y otras situaciones cotidianas dentro de un grupo humano tan especial, liderado por alguien tan maravilloso y sorprendente como Jesús de Nazaret, darían lugar a fantásticas interpretaciones a través de la historia consignada posteriormente en los evangelios y diseminada en la fertilidad de una doctrina que a partir de un estruendoso capítulo —muerte y resurrección del mesías—  quedaría en manos del poder apostólico, y que tomaría un rumbo diferente al sencillo camino de amor de su creador.

«¡Y en realidad esa fue la última cena! Jesús fue apresado y jamás volvieron a estar todos juntos».




 

  

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