Jesús, el otro mesías

Jesús, el otro mesías

martes, 19 de diciembre de 2023

El tortuoso final- capítulo XII (decimotercera entrega del libro).

 Jesús, el otro mesías

Tanto las versiones históricas como apostólicas coinciden en presentar la aprehensión de Jesús como el comienzo de su final. Se le denomina como la pasión de cristo y se ubica entre los sucesos de la captura y el sacrificio, incluso hasta la resurrección.

Todos coinciden en el lugar (el huerto de los olivos) en el que fue apresado estando solo porque sus apóstoles dormían después de la última cena. En culpar a Judas por la traición y en que el mesías fue arbitrariamente tratado. Señalan que el procedimiento que debió seguirse para llevarlo ante el tribunal no se respetó ni por parte de los judíos ni de los romanos. El nazareno fue capturado durante la noche y no fue llevado a la Sala Pétrea del Templo que era el sitio idóneo para realizar un juicio judío a cargo del Sanedrín. Al parecer fue conducido a las viviendas de Caifás y Anás en donde se le enjuició de manera extraordinaria sin cumplir con el cuórum que exigía la ley judía, utilizando testigos falsos, sin ofrecerle una mínima oportunidad para su defensa más que su palabra. Además, fue maltratado física y psicológicamente. «Todo se hizo con mucha premura antes del inicio de las fiestas de pascua que atraían a miles de personas a Jerusalén».

Sucedieron entonces muchas cosas que crean suspicacias y que pudieron repercutir en el cristo a su favor o en su contra... En su contra, porque se le trató como si fuese un vil delincuente y además peligroso. Se le negó toda oportunidad para defender su integridad, dignidad y vida. Se quebrantaron todos los procedimientos legales y humanos a los que él como cualquier otro hombre tuviera derecho. A su favor, porque tal vez —irónicamente— todas esas inconsistencias propiciaron el ambiente necesario para concluir exitosamente (como pudieron quererlo él y algunas otras personas) el temerario proceso que incluía la muerte y la resurrección de un hombre de carne y hueso.


Todo sucedió durante la noche del jueves, Jesús fue apresado, torturado y juzgado por los judíos. A la mañana siguiente fue presentado por líderes del Sanedrín ante el procurador Poncio Pilatos con acusaciones graves: traición, insubordinación, desacato a las leyes judías y romanas, blasfemia. «Hemos de ubicar en el contexto que los judíos conocían muy bien las leyes imperiales y sabían que no sería fácil que el acusado fuese condenado a muerte. También hay que tener presente que ni Pilatos ni el rey Herodes Antipas (rey de Judea) —quien estaba presente en Jerusalén por motivo de las festividades— odiaban ni temían a Jesús, por el contrario, lo consideraban insignificante».

Tal vez las cosas se salieron de control para el mesías y sus amigos, razón por la cual no pudieron hacer nada para apoyarlo. Quizás él presintió que enfrentaría la injusticia y los malos tratos, y que sus acérrimos enemigos judíos querrían sacrificarle, pero ¿acaso imaginó que sería azotado cruelmente, que le humillarían y acosarían sin piedad, que le expondrían al escarnio público haciéndole atravesar las calles de Jerusalén cargando su propia cruz, que sería coronado con espinas y herido de muerte por un bellaco soldado romano, y que finalmente sería crucificado? ¿Era esto lo que Jesús buscaba y para lo que estaba preparado?

El proceso imperial fue peor que el judío. Pilatos inicialmente no aceptó condenarlo y extendió su responsabilidad al rey Herodes argumentando que era potestad de él juzgar al nazareno. Herodes se burló del indefenso hombre y evadió su competencia regresándolo a Pilatos para que este lo enjuiciara.

La situación fue muy tensa para el procurador, no había tiempo; el día sábado era especial para los judíos y las fiestas de pascua estarían en pleno. La agitación en la Jerusalén era inmensa, el pueblo judío había llegado de todas partes y estaba muy alborotado. Los rabinos habían convocado a muchas personas y las instigaban en contra de Jesús, las motivaban a gritar consignas para comprometer su integridad: —¡No hay más rey que el Cesar! ¡Al madero con él! —gritaba la turba—».

Pilatos estaba en problemas, la presión por parte del sanedrín en cabeza de Caifás y la negativa exaltación del pueblo amenazaban con una gran revuelta. Sin embargo, él no podía acusar y condenar a Jesús, no había pruebas suficientes para hacerlo ni era el procedimiento adecuado dentro del marco de las leyes romanas; pero tampoco podía dejar las cosas así como estaban. Si se hubiese ocasionado una manifestación violenta habría sido imprescindible la actuación militar que generaría muchas muertes y un gran caos (la historia da cuenta de muchas atrocidades cometidas por gobernantes romanos) y quizás Pilatos fuese destituido de su cargo y castigado por el emperador. Finalmente, intentando liberarse de su responsabilidad directa y a merced de una concesión que el imperio hacía al pueblo judío por motivo de la pascua, en la cual se otorgaba la libertad de un preso condenado, ofreció públicamente, y al calor de las exacerbadas almas, que el pueblo escogiera a quien liberar y a quien condenar entre Barrabás (un sedicioso sicari) y Jesús de Nazaret. «Ya puedes imaginar la escena acalorada en donde el pueblo animado por los rabinos y exaltado al máximo gritaba que liberaran al bandido y que crucificaran a Jesús. —¡No hay más rey que el Cesar! ¡Crucifícalo, crucifícalo!».

Así pues, la decisión fue tomada. Perfecta manipulación de las circunstancias por parte de los rabinos, torpe y sucia decisión de un pueblo ignorante y ambicioso, y solemne veredicto de un cobarde. Entonces Pilatos lavó sus manos de la sangre inocente del cristo y dio comienzo al infernal magnicidio. Algunas versiones históricas lejanas al doloroso sentimiento popular y a los evangelios plantean la incógnita respecto de la premeditación y el dolo por parte de Pilatos en su decisión, argumentando que por el contrario él sentía simpatía hacia el predicador, que pudiera hacer parte del plan tal y como estaba trazado para que Jesús fuera llevado a la cruz y dadas las circunstancias de tiempo y lugar fuera bajado de la misma antes de su muerte.


Transcurrieron aterradoras horas de sufrimiento para el mártir. En él siempre manifiestas su dignidad y su fe. Aunque fue otro sacrificio humano más, hoy el recuerdo del mismo anega de dolor el corazón de muchos de nosotros y nos conduce a la reflexión. Imagínate lo que sintieron su madre y hermanos, su compañera sentimental, sus verdaderos amigos y sus apóstoles, ante la desgracia y la impotencia de no poder evitarlo. Lo cierto es que muchas personas estaban con él (a su favor). Tal es el caso de un hombre ajeno a toda esta historia (Simón de Cirene) que apareció en medio del calvario para ayudarle con la carga que llevaba a cuestas; o de Verónica, la mujer que limpió y refrescó su rostro con un manto. Estaban también María su madre y María Magdalena que le acompañaron hasta el final. José de Arimatea (noble judío miembro del Sanedrín) que intervino ante el procurador para que le permitiera bajar a Jesús de su crucifijo después de algunas horas para llevarlo a una tumba de su propiedad.

Ubiquémonos de nuevo en el tiempo: Jesús llegó hasta el monte Gólgota en muy malas condiciones debido a los azotes que recibió y al agotamiento (su travesía fue larga). Allí los crueles soldados romanos lo clavaron a una cruz y le ocasionaron graves heridas; luego lo izaron en medio de burlas e insultos. «Es probable (así lo plantean algunas versiones) que el apuntalamiento de sus pies haya sido complementado con una cuña de madera en el travesaño vertical para que en él descansara y así prolongar su agonía. Esa cuña tal vez le permitió soportar mejor el dolor y evitar que su cuerpo se descolgase por la fuerza de la gravedad, factor influyente en la aceleración de la muerte por crucifixión».

Según algunos análisis científicos (en estos casos),  además del agotamiento, la pérdida de sangre por causa de heridas, los traumas causados por golpes, etcétera, la principal causa de muerte del crucificado sería debido a fallas respiratorias y posterior paro cardiaco, pues el cuerpo tiende a caer hacia adelante presionando de tal forma los pulmones que se hace imposible respirar, y aunque la víctima pueda reincorporarse solo logra hacerlo por muy poco tiempo debido al dolor en sus miembros superiores e inferiores. —De ahí la importancia de la cuña para prolongar el tiempo de vida de quien pende en la estructura—.

Otro elemento suspicaz en esta historia se relaciona con el hecho de que los miserables soldados romanos ofrecieron al cristo un asqueroso vino para que saciara su sed, pero él se negó a beberlo. Sin embargo, sus labios fueron empapados con un elíxir amargo por medio de una esponja a manos de uno de ellos. «¿Por qué no dar un poco de credibilidad al planteamiento de que este elíxir era una pócima para producir en él un estado de catalepsia con el fin de que se diera por un hecho su muerte?».

Hay que anotar también que, según los evangelios, un centurión, para asegurar la muerte, hundió su lanza en uno de los costados del mesías como golpe de gracia. Sin embargo, sabemos que no todas las heridas con objetos cortopunzantes pueden ser mortales y que para el caso puntual sobre Jesús algunos argumentos sostienen que esa no lo fue.

Adicionalmente se narra que las dos personas que fueron crucificadas al tiempo junto al nazareno murieron rápido porque los soldados fracturaron sus piernas (práctica común para apresurar la muerte). ¿Por qué no hicieron lo mismo a él?

«Tristemente se destaca de esos últimos momentos que Jesús se sintió vulnerable y abandonado. Que lloró y clamó auxilio a Dios para soportar su agonía, pero que su voluntad y su fe lo llevaron siempre adelante. ¡Ningún hombre tan valiente como él! Realmente estuvo dispuesto a morir y permaneció firme en sus convicciones hasta el fin».

La agitación amainó. ¡La fiesta de sangre había terminado! Oscureció y casi todos abandonaron el lugar. Pero allí, con él, permanecieron su madre, María Magdalena, José de Arimatea, Nicodemo, algunos de sus hermanos y Pedro su discípulo (el que lo había negado), además de unos pocos centuriones. Y el cuerpo del cristo fue bajado de la cruz por José de Arimatea y Nicodemo (un maestro fariseo perteneciente al Sanedrín que curiosamente también estaba pendiente de los sucesos). Lo envolvieron en mantas de lino impregnadas de esencias, mirra y aloe, y con mucho cuidado lo llevaron a la tumba, que al parecer era una caverna cuyo acceso dependía de la posición de una gran roca que necesitaría de la fuerza de varios hombres para moverla. Y allí permanecieron con él su madre y María Magdalena, y quizás otras personas cercanas al mesías; todo bajo la mirada despectiva de los centuriones —a ellos ya no les importaba, el cristo había muerto—.


 




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