Jesús, el otro mesías

Jesús, el otro mesías

martes, 16 de mayo de 2023

Su misteriosa ausencia - capítulo III (cuarta entrega del libro).

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Jesús, el otro mesías

Capítulo III

Su misteriosa ausencia

Siendo Jesús apenas un adolescente, demostraba gran crecimiento espiritual e intelectual. La influencia de sabios egipcios y esenios, que le transmitieron ―desde muy temprana edad― poderosos conocimientos sobre la hermética, sobre los principios universales, la doctrina del amor y la humildad. La sana orientación de su espíritu, su inconformidad contra el orden religioso, filosófico y político preponderante, y, todas esas experiencias que de manera prematura recibió en su inminente formación como elegido para ser el mesías del pueblo hebreo, forjaron en él a un hombre extraordinario.

     Su carácter imbatible, férrea voluntad, amor al prójimo y, el reconocimiento inamovible de Dios como único y supremo, trazaron claramente el camino que él como salvador habría de seguir. El joven se manifestó en contra de la dominación y del abuso ejercido por el imperio romano al pueblo judío, pero también rechazó las prácticas e inclinaciones judías de corrupción y manipulación. «Tiempo después, él tuvo el privilegio de conocer ampliamente sabias filosofías y pudo entender el verdadero camino hacia Dios y deseaba compartirlo».

     José (su padre), con quien siempre mantuvo una buena relación, murió siendo aún joven. Esta y otras circunstancias como la de no querer desposarse a su edad —según lo requería la tradición judía— lo motivaron a abandonar Nazaret.

     Tranquilo y con la certeza de que su madre no estaría sola (para entonces María estaba acompañada de sus otros cuatro hijos y contaba con el respaldo de su familia paterna) Jesús decidió viajar lejos de su tierra natal. A sus trece años emprendió un largo camino con la intención de llegar hasta la India.

     Inició su travesía por Damasco (Siria). Recorrió pueblos de Arabia, Persia, India, Nepal, el Tíbet. «Él buscaba conocimiento, quería perfeccionar su palabra y su capacidad humana, estudiar las leyes y las escrituras sagradas de otras culturas». Fue así como conoció la filosofía de Zoroastro (el mazdeísmo) de la cual extrajo muchos elementos que lo llevaron a comprender la grandeza de Dios y el valor humano.

     De ellos —los persas— asimiló muchos conceptos filosóficos y religiosos: la concepción de Dios padre protector y bondadoso. La percepción del paraíso relacionado a la oportunidad de estar con Dios por medio de la fe. La noción metafórica de comparar a los seguidores de Dios con las ovejas de un rebaño. La figura divina del Espíritu Santo. El principio fundamental de buenos pensamientos, buenas palabras y buenas obras. Comprendió que el hombre puede y debe fusionarse con Dios como fin máximo de la existencia, y otras tantas cosas positivas arraigadas en esa mística cultura.  


     Desde allí partió hacia la región de Orissa y el valle del Ganges (India). Visitó ciudades y pueblos sagrados, entre ellos: Jagannatha, Rajagniha y Benarés. Conoció a Udraka (el más grande sanador hindú) y se hizo su discípulo. De él aprendió secretos místicos de la curación y mucho sobre la filosofía budista. Se instruyó sobre el valor y las virtudes mágicas de los elementos naturales del universo: el poder del agua, del sol y la luz, de la sombra y la obscuridad, de las plantas. La importancia y el poder de la voluntad humana. El arte de vivir en armonía con las leyes de la naturaleza para conservar la salud y la fuerza del espíritu. Conoció sobre el karma, la noción del cuerpo y del alma, la ley de los ciclos, el autosacrificio ascético, la subordinación de lo material a lo espiritual, el control del cuerpo y las pasiones. Desarrolló sus habilidades en el arte del yoga: el poder de los mantras (el manejo de las vibraciones de la voz), el pranayama (energía y respiración), y la meditación profunda. Además, conoció técnicas sobre exorcismo.

     Adoptó el pensamiento de Krishna (representante humano de Dios en la religión hindú) de haber nacido para proteger a los seres humanos buenos, para acabar con los malvados y para restablecer la piedad. Convivió durante un tiempo con los Vaisyas y los Shudras, considerados como las castas sociales inferiores del hinduismo (peones y esclavos). Esta convivencia le causó problemas con los sacerdotes brahmanes y con los gobernantes militares hindúes (Kshatriyas) quienes desconocían totalmente los derechos sociales y morales de esas personas tratándolos como esclavos y prohibiéndoles el acceso a las sagradas escrituras. «Era tal el arraigo y la discriminación que su único camino para la liberación era la muerte». Indignado, Jesús, ante tanta injusticia condenó enérgicamente esa doctrina represiva y excluyente. Profesó sin ningún temor que Dios nunca haría diferencias entre los hombres y se atrevió a negar el origen divino de los Vedas y los Puranas (libros sagrados de la sabiduría hindú). Manifestó que solo habría de amarse y temerse a un solo Dios. Negó la Trimurti y la encarnación divina en Brahma, Visnú y Shiva.

     El Santo Issa (como se le llamó a Jesús en esa región) decía que Dios era la única e indivisible alma del universo, que solo él podía crear, contener y vivificarlo todo. Que nunca concedería poder a ningún hombre sobre los hombres ni sobre nada. «Manifestaba que Dios quiso crearlo todo y lo creó con su pensamiento».

     Obviamente durante su paso por la India Jesús también compartió sabiduría y amor a través de sus parábolas. Ganó el respeto y la admiración de muchas personas, entre ellos los Vaisyas y los Shudrás quienes gracias a él transformaron su pensamiento y se rebelaron en contra de la opresiva doctrina filosófica hindú. «Por ese motivo los ‘sacerdotes blancos’ del brahmanismo y las autoridades militares consideraron que debían deshacerse de él por promover una doctrina de insurrección».

     Partió entonces hacia la ciudad de Gautamides (en los Himalayas), la tierra del gran buda Shakyamuni, en donde se veneraba al único y sublime Brahma. Allí aprendió la lengua Pali y se dedicó al estudio de los Sutras (escritos sagrados del budismo). «Pero no solo se enriqueció de la sabiduría de budismo, también conoció el “Gran Tratado de los Poderes Mágicos y la temible magia Bon Po”».

     Asimiló conceptos como la importancia de la moral en la autorrealización; la necesidad de liberar el alma de lo terrenal y entender que el cielo está dentro de cada individuo. Que el egoísmo es la causa de la miseria del hombre. Aprendió sobre la prédica de la compasión, sobre el amor desinteresado y la renuncia del bienestar propio ante la felicidad de los semejantes. Perfeccionó sus capacidades de expresión oral y comprendió que la humildad y el desprendimiento hacia la familia y los bienes doman y enaltecen el espíritu.

     Y continúo su travesía por los Himalayas en búsqueda de sabiduría, así tuvo acceso a una serie de poderosas técnicas que permanecieron por siglos secretas para la humanidad y las que él convirtió en excelentes habilidades humanas (aunque otros las verían como divinas). Podemos describir así algunas de ellas:

     El pranayama: que consiste en absorber y concentrar la energía universal a través de la respiración. El Lung-Gom: para desarrollar potenciales capacidades físicas forzando el cuerpo a grandes cargas de trabajo y sin consumir alimento para así fortalecer la voluntad. El Tum-Mo: basado en desarrollar una condición mental para sobrevivir a grados extremos de temperatura. El Tulpa: práctica de magia orientada a la materialización de objetos. La Danza Chod: para invocar a los espíritus de la naturaleza. El Trongjug: orientación del pensamiento para influir sobre los fenómenos naturales climáticos. El Tulku: fantástica y enigmática técnica enfocada hacia la resurrección de los muertos. El Po-Wa: para desarrollar capacidades de telepatía e ilusionismo. La Vajrayana: que se interna en las indescifrables técnicas de la bilocación y la levitación (o transferencia corporal). La doctrina tántrica de reciclamiento de la energía sexual. «Estas y muchas otras ciencias misteriosas practicadas por hombres con capacidades superiores fueron factores preponderantes de preparación y fortalecimiento humano en la vida de Jesús».

     Tendría unos veintiséis años de edad cuando decidió abandonar Nepal y los Himalayas, quizás sintiéndose satisfecho y seguro de sus conocimientos. Partió hacia los valles de Rajputana para emprender el viaje de regreso. «Él era un tesoro de sabiduría y espiritualidad, con un carácter sólido y estable forjado por el sufrimiento y la humildad, motivado por el amor y la verdad, comprometido con la razón y la justicia».

     Y entonces se dirigió hacia el oeste predicando sin tregua la grandeza de Dios. A su paso negó rotundamente la adoración a otros dioses, reprochó el sacrificio de personas y de animales, condenó la esclavitud y el abuso del hombre contra el hombre. Desestimó a los sacerdotes de todas las religiones y filosofías. Exaltó a la creación —la vida— como el único y el más importante milagro de Dios. «Y sus prédicas se extendieron en muchas direcciones —incluso entre paganos— y muchos de ellos renunciaron a sus ídolos».

     Cuando entró nuevamente a Persia los sacerdotes temerosos prohibieron escucharle (ellos veneraban a Zoroastro y temían que su doctrina se debilitase). Por eso muchos de los hombres que escucharon a Jesús fueron perseguidos.

     Antes de regresar a su natal Palestina, Jesús visitó otras regiones asirias, griegas y egipcias. Posiblemente pasó un largo tiempo con los esenios en Qumran y quizás también estuvo en Egipto en el templo de Heliópolis. «Hemos de destacar la gran influencia de los esenios en la vida del maestro, evidenciada por sus costumbres de meditación y oración, por su actitud modesta y humilde, por su mística y distanciamiento al judaísmo tradicional».

     «Su larga trayectoria de estudios y dedicación al conocimiento humano y divino lo convirtieron en un hombre extraordinario: él era un iniciado. Quería superar las pruebas de fe, justicia, filantropía, heroísmo, amor divino y muerte —y estaba muy cerca de enfrentarlas...»



 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

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